¿Qué hubiera pasado si Rosa Luxemburgo y Manuel Ugarte hubieran intercambiado opiniones en las oportunidades en que se encontraron? A partir de este choque imaginario se configura el universo político y visual de La conducta de los pájaros, última obra estrenada por Norman Briski, escrita junto a Vicente Muleiro. En la propuesta del Teatro Calibán no hay homenaje: las figuras revolucionarias son vehículos para interpelar acerca del caótico presente. Una comprometida actuación de Romina Richi en el rol de Rosa y la música original de Fito Páez son aspectos destacados. También la inclusión de un tercer personaje que vendría a representar al sujeto contemporáneo. Como otras obras de Briski, La conducta... deja más preguntas que respuestas.

Un joven llamado Litero (Federico Rodríguez Moreno) se propone traer de tiempos pasados a Luxemburgo y Ugarte (Juan Washington Felice Astorga), quienes se cruzaron en congresos de la II Internacional Socialista, aunque no se sabe siquiera si llegaron a saludarse. El espectáculo dirigido por Briski es, en sus palabras, un “cotejo ideológico”. Un cruce entre las ideas y biografías de ambas figuras, que expone tanto similitudes como fisuras. En el plano del pensamiento, el ideal socialista mundial de Rosa no condice con el nacionalismo democrático popular y latinoamericanista de Ugarte, pero están unidos por una “sintonía vital”: “la pasión por el cambio y la certeza de que esa pasión debe ser puesta en acto”. Al comienzo, los personajes están trepados a unos trastos fabulosos, unos vehículos a pedal identificados gráficamente por sus ideales. Allí Rosa y Manuel son fundamentalmente sus discursos, pero luego bajarán y se verán retazos de sus vidas, para nada comunes y corrientes.

Algunos elementos de la puesta, como la iluminación, refuerzan las tensiones ideológicas de la obra. Como sucede en otros trabajos de Briski, la técnica ocupa un rol central. En este caso, regula la densidad teórica generando sorpresa en el espectador, a la vez que instala un costado lúdico, nunca ausente en el teatro de este autor. El carácter artesanal de la disciplina se realza, así se trate de ascensores y triciclos, como de propuestas menos ambiciosas. La música de Fito Páez es también una sorpresa porque es diferente a lo que hace habitualmente. Por su parte, los actores dejan ver una profunda indagación teórica en sus cuerpos. El trabajo se evidencia riguroso. Los ensayos se extendieron por dos años y el elenco debió aprender tap, pantomima, tango y esgrima; y Richi, particularmente, alemán. El operador de luces, Theo Machado Wald, se suma al grupo con una pequeña pero significativa intervención.

Más sencilla en términos argumentales que otras propuestas briskianas, la obra se pregunta por el presente, y Luxemburgo y Ugarte aparecen para ayudar a interpretarlo. Así sucede cuando se trasladan de la tribuna al llano. La subjetividad contemporánea está encarnada en Litero. Es un personaje que crece a lo largo de la obra. Joven del siglo XXI, poeta-intelectual-recolector de basura desorientado, sin un gran relato que lo contenga, adicto a las pantallas, de cuerpo sin territorio puntual, “ama lo que no consigue hacer”. Eso que sus ídolos sí pudieron: actuar a favor de un cambio revolucionario. Rosa y Manuel le consultan por los cánticos de la época: “Mauricio Macri la puta que te parió”, contesta. La alusión a la actualidad es explícita.

Salvando las obvias distancias, en algo Briski se parece a las figuras que evoca y retrata. En su teatro, el dramaturgo y director de 80 años vuelca su pasión por el cambio social, incluso con fragmentos que pueden suscitar controversia. En tiempos tan duros, hay que agradecerle el hecho de ofrecer un teatro político de calidad, que no evade la realidad pero que tampoco la imita. Que no relega a un segundo plano a las formas y, por sobre todo, no subestima al espectador.